Alex, quien fuera el administrador el Hotel Minca, caserío abajo por la carretera, renunció y decidió pasar unos días en la Reserva. Lo precedía su fama de huraño y de pocos amigos. Nos intimidaba un poco ese halo de cascarrabias, sin embargo, le dimos una cálida bienvenida. Le ofrecimos una de las mejores habitaciones, un café, una sonrisa y por supuesto "lo que necesite por favor sólo háganoslo saber". Alex es un hombre maduro, su físico aparenta sesenta o algo más, pero su conversación indica que pasa los cincuenta. Rubio, delgado, de talla media, muy blanco, de barba densa y ojos azules pequeños pero agudos. Es un hombre solitario, silencioso, prudente para dar una opinión. Su padre trabajó para el gobierno norteamericano en los años de los Cuerpos de Paz. Su familia cuando era niño vivió en Africa, fue testigo en su infancia y adolescencia de importantes cambios en el continente. Una noche en la cena -sin cebolla en la ensalada como nos solicitó- conversamos brevemente. En el radio sonaba música tradicional africana, alegre y pegagosa. Sonrió. Cerró los ojos y dijo como si hablara para sí mismo "cuantas noche pasé bailando esta música". Muchos años vivió en Africa, tenía recuerdos de varios países. Le indagué por Nigeria y me dijo que no lo había visitado, le parecía un país populoso y ahora lleno de conflictos ambientales por la acción de las petroleras. Recordó su vida en Madagascar. Un mundo fascinante, agregó, con flora y fauna únicas. Sus hermanos viven en el extranjero: en Asia y en Europa, trabajan para el gobierno norteamericano, les va bien, asegura. Su hogar está en Minnesota... mencionó el techo de su casa y lo costoso de hacer una reparación en los Estados Unidos. Conversamos un poco más. Su experiencia como administrador en el Hotel Minca no fue la más satisfactoria, no hubo química entre él y los locales. Sobre su español aseguró que lo hablaba mejor antes de vivir en Minca! Esa primera noche las melodías africanas rompieron el hielo, luego de media hora se despidió. Al otro día quería caminar antes del desayuno, madrugaría. Alex no era un cascarrabias, es un solitario.
Cuando se es nuevo en el asunto de vivir "en medio" de la naturaleza muchas cosas resultan extrañas. Los sonidos no son claros ¿ranas? ¿aves? ¿insectos?, los tonos infinitos, el aire mismo es diferente, las distancias más lejanas a la pupila. Amanecer con una vista al mar desde dos mil metros es impactante. Las nubes pasan bajo el balcón hacia los picos nevados de la Sierra mientras arriba el sol brinda algo de calor el lugar. Casi siempre estamos sobre las nubes... El sendero Trepatroncos está lleno de esas cosas misteriosas. Ese sonido, el de capa que se sacude tras de mí al caminar... y algo más: por instantes el bosque se queda quieto como en una foto, sin embargo, algunas hojas, algunas particulares hojas se balancean. Todo el bosque parece guarda la respiración, sin embargo están esas hojas que se balancean de un lado a otro, como si un soplo fantasmal las moviera solo a ellas. Me detengo por minutos a observar ese fenómeno y no logro más que darle una explicación mágica, mitológica: Son los dioses que se abanican en el bosque. ¿Por qué no? En este nuevo mundo mi mente es primitiva. Me parece que volveré a sentir a los dioses abanicándose en muchas oportunidades. Seguí por el sendero y de nuevo ese sonido de la capa que se sacude pero esta vez acompañado con un sonido agudo, fuerte. ¿Una risa? Esta vez solo estoy atenta a la bruja, voy tras de ella no al revés como la vez pasada. Sigo adelante sin distracción. Siento su presencia en las copas, algo vuela, se mueve... Me detengo... a lo lejos un ave se posa sobre una rama, aprovecho el zoom de mi cámara y la enfoco: Ojos azules intensos, plumas amarillo-oro en su cola, amarilo intenso es su pico; mira a su alrededor... baja su cabeza y se ¡sacude! Se sacude como quien sacude una capa de cuero... una capa de bruja! Ese pájaro bullicioso es mi bruja, está empollando, tiene su nido cerca y sobrevuela el bosque que atraviesa el sendero Trepatroncos. Se detiene en las copas y repite su ritual. Levanta su cola dorada, baja su pico como en venia japonesa y se sacude con fuerza. Definitivamente es la bruja del Trepatroncos.
Mi bruja del Trepatroncos es en realidad una Oropéndola |
Encontrar que mi bruja es esa bella Oropéndola no me desanima. El bosque sigue allí lleno de misterios. La bruja del sendero seguirá existiendo... ahora con su fuerte risa en las alturas, sus ojos azules y esa capa negro-oro que se sacudirá mientras algún extraño se atreva a importunarla en su bosque, el bosque del Trepatroncos.
Al acabar de escribir esta entrada subí al mirador del segundo piso, quería descansar y disfrutar la vista, para mi sorpresa y como si la hubiera invocado, apareció mi bruja con toda su belleza... su presencia es realmente más hermosa de lo esperado. Posó para esta entrada...