El sendero Trepatroncos




Según la señalización que está al lado derecho de la cabaña número uno se encuentra el sendero Trepatroncos, nombre de una curiosa ave que sube  y baja con la facilidad de una ardilla los troncos de los árboles. Mauricio y Lorenzo arreglan una gotera en la habitación 6.  Lorenzo en el techo… Mauricio en tierra –vale la mención-.  Mientras ellos trabajan sentí la curiosidad de dar un vistazo.  Según el aviso en madera que invita a tomarlo es un recorrido de 850 metros, de categoría media. La caminata inicia con un leve descenso, luego la vegetación impide adivinar qué le espera al curioso.  Miré atrás, los hombres trabajaban, el cielo gris pero no amenaza lluvia así que tomé la decisión de no interrumpir la varonil tarea de arreglar el techo e inicié mi caminata a solas.  La humedad está siempre presente en El Dorado, tres o más veces al día nos rodea la bruma, las nubes nos cubren por momentos, a veces por largos momentos; debemos cerrar las ventanas de la zona del comedor –centro de mis actividades- o del bar del segundo piso para protegernos un poco de la sensación térmica que baja. Por instantes, si no cerramos los ventanales, parece una locación de película de terror. Esa misma humedad deja rastro en los caminos, en cada tronco, en cada hoja, en el camino. Debo reconocer que sentí curiosidad y temor al mismo tiempo. Entré en un mundo desconocido, quizás sea el mismo temor que sienta un habitante del campo que se enfrenta a pasar una avenida, un mundo nuevo. Por supuesto es mucho más atemorizante una avenida que un sendero señalizado en una reserva de aves, pero de todas formas, los sonidos, colores y hasta los olores son intimidantes. Está además el tema del puma … comentan que ha aparecido eventualmente por la región.  El camino es angosto, cubierto de hojas viejas, descompuestas, húmedas por supuesto, de varios tonos de marrón: rojizo, canela, naranja, casi amarillo, verdoso y el color café oscuro. Una alfombra natural que puede esconder arañas, insectos y otro animales rastreros. Con mis botas de caucho voy tranquila. La incipiente pasión por las aves hace que olvide mirar al camino con la atención que antes tenia.

Atrás quedaron las voces de los hombres en su tarea.  La decisión esta tomada sigo adelante.   El camino baja por la montaña dando algunas curvas cerradas y sinuosas, desciende y asciende ligeramente durante todo el recorrido.  El bosque es nativo, espeso, misterioso – en otras partes de la región se encuentra pino y eucalipto, una fatalidad para el ecosistema-, un mundo cubierto con árboles cuyos nombres aún desconozco.  A cada paso afino el oído, me detengo, observo el entorno y  recorro con mi mirada el lugar, respiro suave, un movimiento en aquella rama o más allá  indica la presencia de un ave a fotografiar.  Nada. Sigo adelante. La vegetación va cambiando, el descenso se hace más pronunciado y los árboles cada vez más altos, sus copas compiten, se estiran elegantes hacia el sol que ya es escaso entre las ramas bajas. 



 Sigo bajando y me siento como Alicia, cada vez más pequeña en un mundo extraño, como ella, no se exactamente mi destino, pero sí tengo un camino.  Sigo adelante busco una imagen, una sensación nueva. El lugar está lleno de ellas. Helechos que guardan humedad, rastros de musgo, hojas de diversas formas, de repente observo un ave rastrera en la siguiente curva, más abajo. De nuevo contengo la respiración. Tomo la cámara y enfoco desde lejos, parece una perdiz o algo similar. Logro una toma, para la segunda ya había desaparecido. Vuelvo a respirar.  El  tapete de hojas secas y húmedas al a vez, silencian mis pasos, escasos rayos atraviesan la nube verde.   



El frio que siento en “casa” desaparece con la caminata. Un sonido en especial me inquieta. Un sonido fuerte como de una capa que se sacude con fuerza. No, no es el puma. Vuelvo a sentirme en un mundo desconocido. De nuevo la capa se sacude… ¿me persigue? Como en cualquier bosque encantado no sería extraño que tuviera el privilegio de una bruja. Decido ignorarla. Es lo recomendado. Una imagen me cautiva.  Las raíces de inmensos árboles se alzan del suelo dejando espacios artísticos como una especie de “performance” de galería.  Una y otra raíz se alzan de la misma forma, curioso y sorprendente a la vez. Parecen dedos de una inmensa mano que se entierran con decisión.   Me detengo en algunos lugares observo los colores, los tonos, las formas, la perfección de la naturaleza.  Luego Lorenzo me explica que las raíces no se alzan, son los tallos los que se forman primero, caen y luego crean sus raíces.   Increíble. Las lianas de Tarzán son en realidad tallos de árboles parásitos que se siembran al tocar tierra. Estos tallos buscan donde “echar raíces”, bajan con paciencia desde las alturas hasta que encuentran su meta, su Dorado donde asentarse.  Un ave más allá, un pequeño pájaro de cola roja … lo capturo en mi lente. De nuevo, preguntaré a Lorenzo su nombre.


Otras raíces también me cautivan, durante un trayecto se convierten en serpientes prehistóricas, inmensas, gruesas; serpientes blancas que se retuercen a ras de tierra, entre árboles y arbustos. De nuevo escucho la bruja, el sonido de su capa me recuerda su presencia. Al parecer va detrás de mí. Decido que este bosque no es de su exclusividad.  Sigo adelante. El ambiente es brumoso, de nuevo cae la nube sobre la montaña, se cuela entre las ramas, entre las hojas, nubla mi lente. Un paraje lleno de bromelias asombra al caminante. En cada rama de los árboles que me rodean se encuentran cinco o más bromelias inmensas de verde intenso.  Me detengo una vez más, respiro lento, pausado, escucho los cantos, intento adivinar de donde vienen..  pero hace falta más que una semana para entrenar los sentidos en este planeta desconocido. Lorenzo, el guía y cuidabosque, me alienta a practicar el ejercicio de agudizar los sentidos en cada caminata. Practico. Cierro los ojos, escucho, intento identificar cada instrumento en esta orquesta filarmónica única. Tendré paciencia. 


Me topo de repente con una telaraña que atrevida se extiende de un lado al otro del sendero, la esquivo, ha sido un gran trabajo que hay que tomar con respeto.  Me doy cuenta que es temporada baja y son pocos los caminantes por El Trepatroncos. El camino empieza a ascender, el bosque se abre lentamente, estoy por terminar el recorrido.  El cielo  azul contrasta con el marco reinante.  La bruja quedó atrás, el puma husmeará por otros parajes.  A lo lejos, algo se mueve... ¿una ardilla? No, aparece el… ¡Trepatroncos! No respiro, enfoco…