¡Mis compañeros me necesitan!

Monk by the Sea, Caspar David Friedrich. Alte Nationalgalerie Museen zu Berlin



La primera noche no pegamos el ojo.   Margarita y la gobernadora, ambas  en traje verde hospitalario, permanecieron  sentadas junto a los otros funcionarios que se refugiaron en el Hospital. Todos en la pequeña sala que les habían acondicionado. Tratamos de entablar una conversación pero el momento no era oportuno, luego de unos minutos volvíamos a quedar en silencio, cada uno con sus pensamientos como si estuviéramos totalmente solos.  Se escuchaba el estruendo de la defensa aérea. Podíamos sentir la intención de aquellos pilotos y artilleros: defender a toda costa el pueblo. Con ese constante retumbar llegó el amanecer. El avión partió a las cinco de la madrugada, el sol apareció en el firmamento con los colores del verano.   Al partir un silencio extraño nos cubrió, no sabíamos qué sucedía. Solo silencio luego de una larga noche de bombardeos y guerra. La llamada del Coronel Calderón me aclaró la situación. No debe moverse de allí.  Los combates continúan a pesar de la aparente tregua.  La gente debe permanecer en sus casas, me indicó el Coronel.  Haré lo que pueda, le aseguré.  

“Rebusque”, el diputado a la Asamblea, quien tenía fama de “halarle a todo”, se ofreció a usar un altavoz, salir en su moto por las calles y advertir a los pobladores que no salieran de sus casas.  Tenga cuidado, le dije.  No se preocupe doctora, yo sé que puedo hacerlo, además, alguien tiene que avisar a la gente que no salga…   Luego de tomar un café dejó apresuradamente el lugar. Desde el hospital escuchábamos la repetida advertencia: “Por precaución deben permanecer en sus casas, ¡no deben salir hasta nuevo anuncio!   Sin embargo, a pesar de su buena intención, pasadas las nueve de la mañana llevaron herido a Dimas Castañeda Gómez, un vecino del puerto de 33 años. Los médicos hicieron todo lo que pudieron pero murió.  Minutos antes había salido a curiosear.  

La guerra reinició a las nueve con todo su rigor. De nuevo las caras de inquietud. El comandante de la Armada en Bogotá, el Almirante García, llamó para darme aliento, no nos abandonarían, los refuerzos terrestres estaban en camino.  De nuevo, de inmediato, les comuniqué a los comandantes en Inírida. Pronto llega el Ejército para apoyarnos… les aseguré. Mientras el tiroteo seguía, en el Hospital permanecíamos cerca de cien personas. Magnolia la señora de la cocina, como en un milagro bíblico, multiplicaba la comida. En la tarde volvimos a salir de la que llamábamos nuestra trinchera para acompañar a la gente que aguardaba, sentada en los pasillos del Hospital, el final del enfrentamiento, deseaban regresar a sus casas lo antes posible .   
Gassed, 1919. Sargent John Singer. Imperial War Museum

Al medio día, traído por algunos de sus compañeros, llegó  Eliseo Cruz Herrera de 23 años, militar herido, una esquirla estaba incrustada en su ojo derecho, sangraba; a pesar de la situación mantenía su entereza; según los médicos debía recibir un tratamiento para no arriesgar el ojo.  El infante pidió que le calmaran el dolor y que evitaran una infección.  Los médicos ya estaban sobre su herida.  Limpiaron el ojo y lo vendaron para protegerlo, aunque el diagnóstico no era de gravedad, era una herida delicada. El combate siempre presente. De repente, el infante de marina, se levantó de la camilla,  agradeció al médico y sin escuchar recomendación alguna, salió corriendo. Con su apariencia de corsario gritó: ¡mis compañeros me necesitan!, ¡mis compañeros me necesitan! Volvió al combate ante la mirada atónita de todos.  Coraje.


Rebusque había llegado la noche anterior al Hospital en medio del tronar aéreo, no buscaba refugio, acudió al llamado que la administración del Manuel Elkin Patarroyo le había hecho.  Era necesario embalsamar el cuerpo de Rubén Díaz Osorio, el joven infante de marina, y él era la persona indicada para ese trabajo.  El clima de la selva, el  grado de humedad y el calor hacían impostergable la labor. Rebusqué pasó horas preparando el cuerpo sin vida del infante.  El diputado, efectivamente, hacia honor a su fama.

Cerca de las cuatro de la tarde recibí un nueva llamada, la defensora del pueblo se encontraba en la zona de El Coco, a solo un kilómetro y medio del centro del pueblo. Me exigió una autorización para movilizar a la comunidad que allí se encontraba. ¿Usted quiere mover un grupo de personas en medio del ataque? Le pregunté. ¿Quiere traerlos caminando desde El Coco? Sí, me respondió. No tenemos comida suficiente para todos. ¡Debemos salir de aquí! La funcionaria no escuchaba.  De ninguna manera, le contesté. Ella insistió exaltada.  No está autorizada para movilizar a la gente, le repetí.  ¿Me escucha? El pueblo entero debe vivir estos días con lo que tiene. Si toma la decisión de traerlos por la carretera en medio de este tiroteo debe saber que usted se hace responsable por la vida de cada uno de ellos. No autorizo esa movilización.   ¿Aló? Colgó pero entendió el mensaje.



James Cant, Merchants of Death. 1938  Art Gallery of South of Australia


Dicen que el Negro Acacio se convirtió en paujil, un pájaro negro de la región,  y que hoy deambula por las selvas del Guainía. Luego de varios intentos por capturarlo murió en un operativo del Ejército años después de aquel verano de 1999.  Fue este personaje quien comandó los dos frentes de las Farc que atacaron Inírida  por esos días. Dos mil hombres tenían como propósito tomarse la capital.  A pesar del bombardeo y la férrea defensa aérea de la noche anterior, el ataque continuó con fuerza el jueves.  El comandante guerrillero sabía de su superioridad numérica, tenía claro que costara las vidas que costara dentro de sus filas, no se daría por vencido fácilmente. Personaje en las Farc, el Negro Acacio era el amo y señor de la región de Barrancominas, un ejecutivo que se dedicaba –Buchanans en mano- al comercio exterior para su organización desde las selvas del Guainía.  Su negocio: exportación de drogas a Brasil, Venezuela, Surinam y otros destinos; así como a la importación o permuta de cargamentos de droga por armas.  Por su habilidad con los negocios ilícitos, era uno de los hombres preferidos del secretariado de las Farc.  A pesar de su habilidad comercial, aún le faltaba probar su capacidad militar.  Eso era lo que intentaba esos días de noviembre de 1999.  Murió en su ley en  2007.

Llegó la noche y el tiroteo continuaba.  De la otra orilla del rio estaban dispuestos a  tomarse la población, desde Inírida no se lo permitirían; el gobierno y sus fuerzas armadas tenían dos cartas para evitar que la masacre y secuestro masivo de Mitú se repitiera. ¿Los refuerzos? Me preguntó el Coronel Calderón  aquella segunda noche… Están por llegar Coronel, así me lo aseguran desde Bogotá… volveré a insistir.  Las horas pasaban, los funcionarios que la noche anterior nos habían acompañado, habían aprovechado la tregua de la mañana para volver a sus casas.  Los víveres escaseaban.  Un caldo de lentejas fue de nuevo el menú. La señora Magnolia multiplicaba lo que tenía.   El avión tardó en dejarse sentir… llamé al Comandante de la Marina en Bogotá: Almirante, no escucho los aviones, ya pasó la una de la mañana, el combate sigue y no escucho los aviones…  Llegan en diez minutos, están en camino, me aseguró.   A los pocos minutos sentí el vibrar de los motores, era un ligero murmullo a lo lejos,  estaban en camino. De repente el bombardeo aéreo no dejó lugar a dudas, habían llegado. Respiro.

Volvimos a la salita acondicionada para nosotras, deseaba descansar mientras teníamos al avión fantasma como fiel aliado del pueblo,  Margarita se aproximó, tenía algo que decirme. Durante el día cada una había logrado distraerse, hablamos  con la gente del hospital o con quienes permanecían allí. Ella tuvo la oportunidad de acompañar un parto; a esa hora de la madrugada se me acercó con una confesión. Tengo algo que decirle doctora… ¿Qué Margarita? La razón para venir a  Guainía no fue acompañarla… ¿No?  No, me confirmó bajando los ojos, he ahorrado para comprar un carrito y me falta poco, solo vine por los viáticos, sólo por los viáticos… ¡y ahora atacan estos desgraciados! ¡Solo vine por mis viáticos!  Abrazo.

Continuará...