Vase of Flowers, Teuane Tibbo. 1965 |
Hacia las dos de la
mañana del amanecer del sábado 20 de septiembre tuvimos tiempo para la poesía.
El cansancio se hacía evidente, no habíamos dormido más de dos o tres horas
cada noche. El personal médico, las enfermeras y los técnicos del hospital
permanecían en guardia, agotados pero firmes. Esa madrugada nos reunimos, unos
pocos, en la salita -la trinchera- de la
gobernadora. El Dr. Pira, quien también estaba en el hospital, llegó con un
obsequio: un libro de poemas. Lo conservo. La dedicatoria dice: Para calmar la angustia el mejor lenguaje es
el de la poesía. Recuerdo de esta madrugada en Inírida, noviembre 1999. H.
Le agradecí el detalle. Leímos en voz
alta algunas poesías, palabras inspiradoras unas, tristes otras, los autores: Federico
García Lorca, Emily Dickinson, Rafael Alberti, Antonio Machado, y otros
más. Algunas lágrimas aparecieron. La
guerra afuera tan lejana y cercana a la vez.
La batalla por
Inírida continuó. Los aviones que asumían la defensa nocturna habían partido la madrugada del viernes 19 de septiembre. Sería un largo día. Muy temprano en la
mañana surgió un problema, el tubo madre del acueducto que alimentaba gran
parte del pueblo se rompió, no había
agua. Afortunadamente el Hospital contaba con un pozo profundo para paliar
el inconveniente. De inmediato, la gobernadora se comunicó con el secretario de
obras, ¿Algo se puede hacer? … No es posible arreglar el daño, respondió el
Secretario, no puedo enviar a nadie para que arreglar la ruptura, es demasiado
peligroso. Tiene razón, contesté. Muchas casas cuentan con pozos profundos, no
se preocupe... Inquietud.
No eran las ocho de
la mañana cuando Margarita se me acercó con una solicitud. Estaba preocupada
por Ágata, Lagober llevaba dos días en casa con las ratas merodeando
hambrientas; debemos rescatar a Ágata, me propuso. ¿Rescatar a Ágata? pero
Margarita ¡Es un gato!; una gata, me corrigió, es ¡Ágata, Lagober! Por su gesto
y tono de voz supe que no estaba negociando. Margarita se sentía responsable
de Ágata y estaba dispuesta a ir por ella. Amor. Magnolia, quien le había regalado a Ágata, se puso de su parte.
Consulté con el director del Hospital, pregunté si teníamos un carro disponible.
La casa queda a tres cuadras del hospital. Él dudó. Margarita le suplicó. La tregua de las seis a nueve permitía la
maniobra. Magnolia, quien consentía al director con sus recetas y postres, se
unió a la causa. Luego de unos segundos
de vacilar el director del Hospital les dijo: Les presto la ambulancia, pero en
cinco minutos deben estar de vuelta. Increíble.
South wind on the beach, John Passmore, 1955. National Gallery of Australia, Canberra |
La guerra reinició
según lo previsto, la tregua finalizó un poco antes de las nueve de la mañana.
Los refuerzos no llegaban, los refuerzos terrestres no aparecían. Luego de casi
tres días de batallar contra las Farc, los hombres de la Infantería de Marina y
de la Policía mantenían su ánimo, pero ya pasaban las cuarenta horas desde el
inicio y el Ejército no llegaba. Decidí
volver a llamar a Bogotá. Las noticias me dejaron desolada. Los hombres del Ejército están lejos de Inírida.
Un anillo de las Farc impide que se aproximen por tierra, no podemos
arriesgarnos a una emboscada, me aseguró el Almirante. ¿Lo sabe el Coronel
Calderón? Pregunté. No, continuaremos con el apoyo aéreo nocturno.
No fue una mañana
fácil. ¿Qué me está diciendo? ¿Está seguro? La voz al otro lado de la línea me aseveró
que estaban moviendo cilindros por la zona del barrio 5 de Diciembre, cerca a
la base de la Infantería. Coronel, me acaban de llamar, por favor tenga cuidado,
por la zona del barrio 5 de diciembre aseguran haber visto movimiento de
cilindros. Tengan cuidado… Gracias, doctora, vamos a verificar. No tuve el
coraje para decirle que los refuerzos no llegarían, al menos no ese tercer día
de lucha. La permanente descarga de las
armas se volvió rutina, cada hora, cada minuto…
algunos heridos llegaron. Esa
mañana, durante la tregua, muchos de los hombres y mujeres que habían permanecido en el
hospital decidieron volver cautelosamente a sus casas. Seguíamos en alerta roja. Antes del medio día
otra llamada golpeó el ánimo de la gobernadora.
Meses atrás había firmado su divorcio, una separación que él había
decidido, no ella. A pesar de la ruptura se veían con demasiada frecuencia. Él
la llamó esa mañana de 19 de septiembre para
saludarla, luego de unos segundos ella preguntó: ¿Volveremos?... No. No fue una mañana fácil.
ThreeTahitians, PaulGauguin 1899.
National Galleries of Scotland
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Cerca de las tres de la tarde, la
gobernadora se sentó en uno de los corredores a conversar con una enfermera de origen indígena; allí, la enfermera había instalado una mesa y su silla para cortar
y doblar algodón y gasa, a pesar de la situación y el continuo eco de la guerra, la
mujer transmitía tranquilidad. Tomaba las tijeras y cortaba pequeños trozos, los ordenaba y guardaba en paquetes. Me senté en el piso junto a ella, me enseñó cómo
hacer la tarea. Conversamos y doblamos las gasas hasta que llegó la noche. Habló sobre sus creencias
religiosas, me sorprendí al saber que casi la totalidad de la población indígena
del Guainía es evangélica. Sophia
Muller, una misionera que vivió en la selva con ellos a mediados de siglo, era la responsable. Con infinita paciencia la misionera tradujo
la Biblia a lenguas nativas, trabajó con convicción y persistencia, ganó las almas
de los nativos para su comunidad, pero tristemente, también eliminó a dioses, mitos y muchas de sus tradiciones; su lucha incluyó
también la medicina tradicional; según la creencia evangélica-cristiana, esas
costumbres nativas tenían fuente pagana y por ello, debían ser erradicadas.
Tuvo éxito... parcial. A pesar de la enérgica
evangelización de la señorita Muller, aún los pueblos guardan sus secretos. La enfermera me habló del pusana, el famoso
brebaje del enamoramiento, que también usan para hacer el mal. Debe usarse con precaución, aclaró. Sirve para enamorar pero no para reconquistar.
Nada sirve, agregó la gobernadora.
Magnolia y Margarita rescataron a Ágata sin ningún percance esa mañana. La
encontraron famélica y temerosa escondida dentro de una bota. La tercera noche de
combates se aproximaba, el pueblo y el hospital aguantaba la escasez de agua y
alimentos, los hombres de la Infantería y la Policía continuaban con su vigilia
permanente, el cansancio empezaba a sentirse.
El
cerco se sentía, los alimentos eran limitados –no solo en el hospital, sino en el pueblo-. Inírida recibía
para esa época dos vuelos semanales desde Villavicencio con alimentos,
artículos para el comercio, medicinas; el pueblo dependía de esa comunicación aérea.
Fruit and Bottles, Charles H. Walther. 1930. The Phillips Collection |
Mientras el pueblo
entero se sacrificaba y esperaba un pronto y positivo desenlace, en Bogotá, el elegido popularmente, daba declaraciones
a los medios de comunicación como orondo gobernador -Orondo según la RAE: Dicho de vasija, de mucha concavidad,
hueco o barriga; lleno de presunción y muy contento de sí mismo; grueso, gordo- Él, solidario y comprometido con su pueblo, conociendo
lo que se avecinaba, había tomado el avión a Bogotá el sábado anterior para ponerse a
salvo. Desvergüenza.
Bell rock lighhouse, Joseph Mallord
William Turner. 1819 National Galleries of Scotland
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Hacia las ocho de la
noche recibí la llamada del Coronel Calderón, esperaba la pregunta: Doctora ¿Ha
sabido algo de los refuerzos? Su voz cansada,
expresaba por lo que estaban pasando. Coronel: Estamos con Dios, usted y
sus hombres… Ánimo. Le contesté. No fue necesario aclarar los detalles. La guerra continuaba. El avión volvió con
nosotros como las otras noches, las ráfagas se hicieron aún más intensas, no
era un solo avión, varios de ellos protegieron Inírida hasta el amanecer.
¿Cuánto tiempo más duraría el combate?
La poesía dejó un halo
de tristeza, de nostalgia. Quienes nos acompañaban en la salita se despidieron
casi a las tres de la madrugada, nos quedamos solas, debíamos descansar un
poco. Los pilotos y artilleros nos acompañaban desde el firmamento. El retumbar
nos brindaba algo de paz. El amanecer del sabado 20 de noviembre llegaría pronto. De repente, Margarita se
levantó y buscó su cartera, sacó la
billetera y rompió su tarjeta bancaria y de crédito… No comprendía qué estaba
haciendo. ¿Margarita? Con una mirada
triste, resignada, me respondió: ¡Ellos me podrán secuestrar, pero mis ahorros no los
tocan! Cansancio.
“La tarde está muriendo
Como un hogar humilde que se apaga.
Allá, sobre los montes, quedan algunas brasas.
Y ese árbol roto en el camino blanco
Hace llorar de lástima.
¡Dos ramas en el tronco herido, y una
hoja marchita y negra en cada rama!
¿Llorás?... Entre los álamos de oro,
lejos, la sombra del amor te aguarda.”
Antonio Machado. 1875-1939
Continuará...