Still Life with quinces. Vincent Van Gohg (1888-1889) Galerie Bremen |
En Inírida amanece a las cinco de la mañana, su ubicación en el extremo oriente del país comparte el huso horario de Caracas aunque la hora de Bogotá. Temprano abrimos los ojos con un sonido extraño. Alguien o algo caminaba en el segundo piso. Unos pasos ligeros se sentían. No habíamos tenido tiempo de recorrer la casa. Aún con la mala noche en la piel me levanté y agudicé el oido. Eran pasos, sí, pero no tan sutiles, alguien caminaba sobre mi habitación. Era día de trabajo, así que, antes de cualquier indagación, decidí darme un baño y prepararme para el día. El agua de la ducha dejaba mucho que desear, el color indicaba que era mejor dejarla reposar en un tanque y usarla a totumadas luego de que decantara... Pero en ese momento no tenía ni el tanque, ni la totuma para ducharme, así que no tuve más remedio que meterme bajo el chorro marrón. El cabello quedó con una extraña sensación a gel.
A las seis y treinta nos encontramos con Margarita en la
cocina, ella con buen ánimo, cómo siempre, invitó a una fruta de desayuno.
Debíamos ir a comprar lo esencial para la nevera, pero eso sería al atardecer.
Minutos más tarde llegó Carlos, quien
nos llevó a tomar un café en el Hospital. Allí desayunamos. Saludamos a
los médicos, al director y al personal de planta. Gente muy querida. Recuerdo a Magnolia, la
señora que se encargaba de la alimentación, desde el primer momento nos invitó
a comer en su casino. Así lo hicimos desde ese día. El hospital me sorprendió, un lugar muy bien
mantenido, en perfecto estado, con buenos equipos y médicos de las mejores
universidades de Bogotá quienes se encontraban haciendo su rural o prácticas
como especialistas. Nos mostraron las salas de cirugía, el laboratorio. Luego
de conversar y presentarnos, nos preparamos para lo que sería el día. En la
mañana trabajo de oficina, debía conocer a los colaboradores, programar reunión de gobierno con los
secretarios sectoriales, resolver
algunas inquietudes de última hora; en la tarde, teníamos la posesión en la
Asamblea Departamental. La primera
llamada fue para el coronel de la Policía, le solicité seguridad nocturna para
la casa donde nos alojábamos, el incidente de las motos de la noche anterior me
dejó inquieta. La solicitud fue aprobada de inmediato. En comunicación escrita
convoqué a los secretarios a una reunión a los dos días para que presentaran un
informe sobre la situación departamental.
Antes de la diez de la mañana ya teníamos la primera prueba de gobierno.
Un grupo de payes, médicos tradicionales indígenas,
solicitaron audiencia con la gobernadora. Por supuesto y de inmediato se les
hizo seguir. El grupo llegó con cara de pocos amigos, sin tomar asiento me
preguntaron la razón por la cual la gobernación había autorizado el ingreso de
personas ajenas a las comunidades indígenas a un evento de carácter privado
sobre medicina tradicional. Quedé sorprendida. ¿La gobernación o la gobernadora? Contestaron que creían que había sido la
gobernadora, yo. Hice llamar al
secretario de salud para aclarar el asunto; luego de un intercambio de
preguntas y respuestas se dejó en claro que no se había dado ninguna
instrucción al respecto y que desde la gobernación se apoyaba la reunión en los
términos que los payes consideraran apropiados. Su temor, según lo expresaron,
era el robo de secretos ancestrales por parte de colonos y recién llegados. Ya
les había pasado antes y por ello, habían decidido mantener con discreción su
conocimiento. Nos despedimos en mejores términos y una sonrisa de parte y parte. Pablo, el indígena y secretario de gobierno,
permanecía, parado en la puerta como un guerrero de Terracota.
La tarde tuvo como plato fuerte la posesión como gobernadora
ante la Asamblea. El breve discurso me
lo preparó mi padre, pocas palabras y las indicadas. De tanto redactar discursos para el
ministro, había perdido mi voz propia, por decirlo de alguna manera, así que
recurrí a mi padre. El texto breve fue
apropiado y me permitió volver a la oficina para las cuatro de la tarde, no sin
antes encontrarme en la puerta de la Asamblea con el gobernador recién
suspendido, quien con una mirada de dueño del balón, afirmó sin el menor pudor en voz alta: soy el
gobernador elegido popularmente... Lo
miré por unos segundos y me guardé cualquier comentario.
Laughing jester. |
El día transcurrió muy rápido, cómo todos los días en
Inírida. No tuvimos tiempo de ir al puerto a ver el atardecer, ni nos dimos
cuenta a qué hora se ocultó el sol. El trabajo era permanente, Margarita, como
un ángel guardián, revisó cada papel, cada documento que dejaban para mi firma,
ninguno llenó los requisitos para la firma de la gobernadora. Gracias a su gestión no seguí los pasos del
gobernador suspendido. Ahora como en aquél momento, me pregunto cómo puede alguien gobernar -como el gobernador elegido popularmente- sin oficina jurídica. No se puede.
Carlos llegó por nosotras a las 730 de la noche, las tiendas
iban a cerrar, así que decidimos apagar luces de la oficina e ir por las
compras, algo sencillo. Al volver a la casa, tal y como lo había prometido el coronel, encontramos a un joven policía al lado de la puerta. Al guardar en la
nevera la fruta, las galletas, un
yogurt, un queso, mencioné los pasos de la madrugada en el segundo piso.
Margarita me miró sorprendida y dijo: sí, escuché los pasos... pero esta casa no tiene
segundo piso... Sorpresa.