Una linterna siempre es necesaria



Three figures conversing in an interior. Gerard ter Borch, 1653. Rijksmuseum
Antes de viajar el ministro me hizo una solicitud y un anuncio. La primera, “debe trabajar con lo que tiene. No remplazará a ningún funcionario”. Hecho. El segundo, “estaremos pendientes”.  Gracias.  Por su parte, mi padre me dio valiosas recomendaciones: “Siempre esté acompañada al recibir visitas de políticos locales, funcionarios o particulares, siempre”. Seguí el sabio consejo. La segunda:  “Además de saludar a los comandantes de la fuerzas armadas, visite a la máxima autoridad de la iglesia en Inírida y vaya a misa. Las autoridades deben apoyarse”. Me sorprendió el consejo, por lo de ir a misa-. La tercera recomendación me la dió mi madre: “Lleve una linterna, nunca se sabe cuándo es útil y es mejor tenerla a mano”. Luego de años de ausencia, asistí a misa... con linterna en mano.

La noticia oficial del nombramiento llegó con el decreto 2165 del 4 de noviembre de 1999.  Se suspendía al gobernador de manera inmediata, quien había solicitado vacaciones días atrás; el secretario privado, quien asumió como su encargado, también fue suspendido. El gobierno nacional designó un gobernador provisional mientras el partido político enviaba terna para el remplazo del suspendido sin retorno.  Una vez en firme el nombramiento tenía pocos días para estudiar la cifras del departamento, preparar el viaje, dejar la oficina en orden y hacer maletas.  Los informes sobre la gestión pública no podían ser más desoladores.  El olvido deja huella. La falta de atención del gobierno central a esas tierras tiene consecuencias. Suspender un gobernador tras otro por corrupción o incompetencia debería ser un indicador de que algo no está bien en esos territorios que van a su suerte desde que la descentralización los niveló en responsabilidades con las regiones más desarrolladas del país. Pobreza. 

Lake Grunewald, Walter Leistikow, 1895 Museo de Berlín


El Guainía es un departamento desconocido, lejano, etéreo. Papúa Nueva Guinea, tal vez signifique más para los colombianos que el Guainía. Fue una de las razones por la que acepté el encargo. ¿Cuándo conocería esas tierras? Esa media Colombia olvidada no está en los radares de los profesionales capacitados - pocos se animan-, de las oficinas del gobierno central y menos de inversionistas o empresarios.  La explotación de sus riquezas: madera, oro y ahora el mineral de moda: el coltán, se hace de manera ilegal a manos de quienes, a falta de un estado y de oportunidades en otras regiones,  se han adueñado de esas tierras por siglos: los aventureros. Por esas tierras campea, entre otros males,  la indiferencia, la pobreza y el olvido.  Guainía es selva, selva amazónica, verde y majestuosa. Es frontera con Venezuela y Brasil, se encuentra en el oriente del país.  Sus ríos el Guaviare al norte, el Inírida y Guainía al centro y el Atabapo al oriente atraviesan sus profundos secretos y corren hacia el Orinoco. Para la época se estimaba en veintitrés mil habitantes la población del departamento, aunque el gobierno central contabilizaba muchos menos; doce mil de ellos vivían en la capital. El ochenta por ciento indígena de las comunidades kurripaco, sikuani, puinaves, tucanos, piapocos, el resto: colonos quienes detentan el poder político y, por supuesto, el manejo de los recursos y las decisiones. Lo esperado.

Mata Mua, Paul Gauguin, 1892.

El día llegó, tomamos el vuelo Satena en Bogotá, breve parada en Villavicencio y luego directo a nuestro destino. Margarita me acompañaba. Descubrí que compartíamos la misma aversión a volar, conversamos un poco. Me previno sobre tomar bebidas desconocidas. Era posible que nos embrujaran, los hechizos y brebajes, según ella, eran comunes en esos territorios. Sonreí.  Era la primera vez en meses, conversamos sin las limitaciones del espacio y tiempo del Ministerio. Me sentí complacida de viajar con ella, hasta el día de hoy agradezco su compañía.  

Desde la ventanilla la vista era impresionante. Kilómetro tras kilómetro de verde solo interrumpido por los colores que exhiben  los ríos: grises, marrones, azules; la vista parecía un paisaje dibujado por un niño pequeño, un dibujo sencillo pero hermoso a la vez, cubierto con un marco celeste. Monte, cielo y ríos era todo lo que se divisaba. Llegó la hora. Aterrizamos.  Llegamos al Guainía un 11 de noviembre, fiesta nacional.  Por razones de calendario el día festivo se celebraría ocho días después. Por las escalerillas de aquel  Satena bajó Sancho, se dirigía hacia su ínsula; Sancho y su siempre oportuna abogada Margarita.