Volvió el sonido del río, de la selva



Mallard on a Pond, Cradock, Marmaduke


Llegó el fin de semana, Hamilton mostraba síntomas alentadores, los dedos de una de sus manos se movían;  era necesario trasladarlo a Bogotá para su tratamiento inmediato. Esa mañana no hubo tregua, los disparos continuaban pero con menor tenacidad. El calor y la humedad se sentían desde la madrugada.  El desaliento era generalizado, pensaba en el ánimo de los hombres al frente de la defensa de Inírida después de 72 horas de lucha. El ejército no llegaría, sin embargo, el tiroteo fue debilitándose con el pasar de las horas.  Pasadas las nueve de la mañana la gobernadora recibió la llamada de Flor, su secretaria en Bogotá.  Luego de un breve saludo, ella le comunicó: doctora, la buscan del Consejo Británico, la llamaron a su apartamento esta semana y le han dejado mensajes.   Ayer la llamaron a la oficina. Recordé que ese teléfono móvil que usaba en Inírida era un préstamo de mi hermana; con un jefe intenso, había decidido no comprar un celular, ya era suficiente trabajar de las siete de la mañana a tarde en la noche de lunes a viernes. ¿Para qué me buscan? Doctora, fue seleccionada como finalista para la beca Simón Bolívar… desean concretar una cita para la entrevista. ¿Estoy entre las finalistas? ¡Si! Me animó.   A pesar de la incredulidad sobre las opciones de ganar una beca, había presentado los documentos en mayo de ese año para estudiar una maestría en Inglaterra, seis meses más tarde Flor me anunciaba que tenía posibilidades. Las estrellas seguían su danza.

Para mantener el ánimo, luego de comer lo que Magnolia aún podía ofrecernos de almuerzo, algunos doctores y el director del hospital invitaron a un juego de cartas. ¿Un juego de cartas?¿Por qué no? Luego de la tensión de las noches sin dormir y los días a la expectativa, necesitábamos un poco de distracción.  El combate continuaba pero cada vez más lejano. Aceptamos. Rodeado con una tapia de dos metros y medio, el hospital es una construcción fresca, de una planta, con diversas áreas de atención médica,  jardines separan un ala de la otra, tiene amplios corredores al aire libre. En uno de ellos, lejos de la vista de pacientes, se instaló la mesa y se repartió el naipe. Se inició el juego. La gobernadora, al igual que Margarita,  mantenía la instrucción de usar el traje hospitalario: pantalón, camisa y gorro. Nos sentamos a compartir parte de la tarde a la espera de noticias. Una llamada interrumpió el juego. ¿El ataque ha terminado? Los medios de comunicación se habían enterado antes que la gobernadora,  tomarían un vuelo para estar en Inírida al final de la tarde.   Querían la primicia.  Margarita de inmediato se paró de la mesa y nos abandonó, en pocos minutos regresó sin el verde hospitalario, usaba su traje de oficina, lucía  su cabello arreglado y un poco de labial.  Debo estar preparada, aseguró. Los demás sonreímos. Incrédulo, el grupo permaneció allí sentado repartiendo cartas, el cansancio de todos era evidente, aún se escuchaban disparos a lo lejos. Esa tarde el hospital pasó de alerta roja a amarilla.   La llamada del Coronel era la más esperaba: Terminó, me aseguró. Terminó, se retiraron a la selva. Alivio. Estamos revisando la zona del aeropuerto, los alrededores y las calles del pueblo, puede haber minas.  No salgan del hospital, que la gente no salga de las casas por una hora. Me advirtió.  Lo comunicaré.  Luego de tres días de combates, esa batalla había finalizado…  Llamé a mis padres. Alegría. Margarita redactó para la firma de la gobernadora la disposición de Ley Seca.  Rebusque, con su megáfonose encargaría de comunicar al pueblo las noticias.  De repente, disparos contra la tapia. ¡La tapia del hospital! La gente corrió despavorida, algunos gritaban: ¡Están dentro del hospital! ¡Están dentro del hospital! Disparaban a pocos metros de la mesa de juego. Dejamos el lugar en segundos, prácticamente saltamos de las sillas.  Margarita y la gobernadora se escondieron en la bodega de la cocina, llamé al Coronel. No salgan, aún es peligroso, hay francotiradores.  Luego de unos minutos de silencio, poco a poco, salimos de nuestros rincones. Los disparos habían sido desde la calle.  Margarita nos sorprendió de nuevo, ante la emergencia había dejado su vestido para los medios de comunicación sobre lo que quedaba de un bulto de papas, y usaba, en su lugar, una minúscula bata de auxiliar de cocina.  Al darse cuenta, soltó su contagiosa carcajada… Todo había pasado. Reímos.  

Henry Moore, Catspaws off the Land, 1885
Para las cuatro de la tarde el silencio tras la guerra había vuelto, regresó también el murmullo de la gente al conversar animada, el sonido de la selva se sentía en el ambiente. El sol nos acompañaba esa tarde de verano, los comandantes de la Infantería de Marina y de la Policía se acercaron al hospital para presentar el parte de victoria a la gobernadora, antes de cualquier informe,  al verlos un fuerte abrazo. Los felicito. Los felicito. Gracias a ustedes y a sus hombres. ¡Gracias!   Tomamos algunas fotos de recuerdo.  Tres días y tres noches de guerra, de combates, de lucha habían terminado.  El aeropuerto está despejado, me aseguró el Coronel Calderón luego de recibir una comunicación por radio de uno de sus oficiales. Pueden aterrizar.  Muy bien, gracias.  Los oficiales volvieron a sus tareas. Entre tanto, la gobernadora se comunicó con la Aeronáutica Civil en Bogotá para informar la situación del aeropuerto. Esperamos alimentos, medicamentos y el avión para llevar un herido delicado a Bogotá, agregué.  No está autorizado el vuelo a Inírida hasta el lunes o martes, me dijo el director de la entidad. ¿Cómo? El aeropuerto no está minado, puede autorizar los vuelos, el pueblo espera los insumos… insistí. No, no aterrizarán aviones hasta que el señor Presidente llegue a Inírida. ¿Quién?  

La siguiente llamada que recibí lo confirmó.  Doctora, la llamo de la secretaría privada de Presidencia de la República, el señor Presidente viajará a Inírida con ocasión a la victoria que se acaba de producir, lo acompañarán los comandantes de las Fuerzas  Militares, el comandante de la Policía, así como el Ministro de Defensa,  le solicito preparar la visita para el próximo lunes en la tarde. ¡! ¿Preparar la visita del Presidente? Necesito que permita el aterrizaje mañana en la mañana en la pista de Inírida, el director de la Aeronáutica no lo autoriza.  Solo hasta que llegue el Presidente se autorizará el ingreso de otras aeronaves, reconfirmó el funcionario. Política.

The Waterfall, Henri Rousseau, 1910, The Art Institute of Chicago

Para las seis  de la tarde el sol se ocultaba sobre la selva del Guainía. La tranquilidad había regresado, la gente salía de sus casas a caminar y a hablar con los vecinos; los infantes de marina y la policía seguían en su labor por las calles del pueblo. La gobernadora entre tanto, salió del Hospital con algunos doctores y con Margarita, en la tienda de la esquina invitó a una cerveza. El tendero las destapó y las acercó a la mesa donde conversaban con la gente que allí se encontraba, el ataque había pasado, cada uno quería hablar, celebrar,  brindar por la victoria… Disculpe señora, le dijo un patrullero que se le aproximó al verla cerveza en mano... por disposición de la gobernadora, el pueblo se encuentra en ley seca… ¡Ups!

Continuará…

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Un abrazo, Olga