Foto original de la autora OsFF |
No soy persona de augurios o de creencias supersticiosas, sin embargo, ciertos mensajes poco convencionales los retengo, un sueño particular, un encuentro casual, un aparición oportuna. Estoy atenta a esos detalles del camino que quieren decir algo... Hace tres meses, al subir por la carretera hacia El Dorado por primera vez, una hermosa ave se posó en una rama baja para permitir que yo, inexperta aún en el manejo de la cámara, pudiera tomarle una fotografía. Fue un saludo inusual que me llenó de optimismo frente a lo que se avecinaba. Nunca antes había administrado un hotel o manejado una reserva natural, tampoco vivido en una montaña como la Sierra Nevada con tanta belleza y a la vez historias de dolor por la violencia. Todo era nuevo. En ese momento aquél pájaro me dió la bienvenida, yo lo saludé agradecida por su hospitalidad.
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Hace pocos días tuve otro encuentro especial, contrario de aquel primero, fue triste. Un pequeño colibrí multicolor murió en la terraza de mi habitación, intentó cruzar el vidrio de la puerta corrediza y cayó allí mismo, perdió su vida en un instante por el accidente. Era un ave jóven, se notaba por el color y estado de sus plumas, un colibrí adolescente quizás. Me entristeció ver su cuerpo ya vacio de ese júbilo y algarabía característica. Su alas cerradas, rígidas... tan jóven, tan hermoso. Sentí que esa muerte me anunciaba algo para aquel día y así fue. Esa tarde llegó Isabella.
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Isabella es una chica hermosa. Su cabello es negro y abundante, decidió cortarlo a la altura de su oreja hace algunos meses pero quiere volverlo a tener largo hasta su ombligo, lo dice y se ríe. Es morena, latina, con ojos coquetos y sonrisa generosa, es una chica bella. La recibí como otra voluntaria. Llegó con la intención de quedarse por casi tres semanas. Ella vive en los Estados Unidos desde hace pocos años, en Filadelfia. La primera noche le expliqué sus obligaciones, me dijo que le gustaba el arte, así que una de sus tareas era terminar un mural inacabado en una vieja pared que aún existe en uno de los senderos, recuerdo de una casa campesina de otros tiempos, aceptó. Los primeros días actuó con la normalidad de una chica de su edad, pero se fue transformando: Isabella poco a poco se convirtió en la Lolita literaria, sus movimientos, sus miradas, su juego con los hombres que pasaban por la Reserva -nunca con los turistas que tienen en promedio 60 años- pero sí con los hombres de menos de 30, los atraía como la miel... se sentaba en la baranda de la terraza o del balcón, subía su falda larga, mostraba su bronceado recien adquirido en el Caribe a quien quisiera observarla,y abría sugerente sus piernas; se cambiaba de ropa con la llegada de algún jóven campesino o turista pasajero, a pesar del frio, buscaba una blusa transparente y mostraba sus piernas gracias a minifaldas que corría a modelar. Isabella jugaba con su cuerpo y su sensualidad. Todos en la Reserva estábamos sorprendidos con su comportamiento. Isabella tiene 15 años.
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A los pocos días de su estadía supe que se había "escapado" a media noche al pueblo más cercano que queda a casi dos horas carretera abajo, logró "convencer" a uno de los trabajadores para que la bajara en moto, quería "rumbiar un poco", fue su respuesta al llamado de atención. Isabella es dulce y tierna, una niña que al observarla bien muestra una cisura, algo roto por dentro, en las comidas nos hacía reir con sus ocurrencias infantiles, pero luego dejaba ver un halo de tristeza. En el Lodge el sueño llega temprano, los pajareros deben madrugar a las 4am para salir a ver los endémicos en la cima de la montaña, no hay tiempo para desperdiciar, luego de la cena, a las 7pm, todos se retiran a descansar. Ella en cambio y sin que me enterara tenía sus propios horarios. Una tarde llegaron unos jóvenes extranjeros, se quedaron una noche... en esas horas los jóvenes descubrieron la sensualidad de Isabella, ella volvió con sus juegos, su seducción. La madrugada siguiente Isabella vomitó varias veces, se duchó otras tantas, la sentí desde mi habitación, me despertó. Los jóvenes descubrieron al juguete detrás de su piel. Al día siguiente no la saludaron y ella tenía una mirada triste, una sonrisa fingida. Cada noche aparecían nuevos visitantes a la sede... atraídos por esa miel de 15 años. Ella logró en los pocos días cambiar la energía del lugar. Todos querían saludar o constatar que ella estaba allí con su piel y su sonrisa generosa. Ella decía que daría un paseo con ellos. La vereda murmuraba.
Fotografia original de la autora OsFF |
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