-¿Y cómo están, bien o felices? -me escribe una querida amiga por el chat.
-¿Bien o felices? ¡Qué pregunta!
Hemos vuelto a los caminos, juntos, a caminar por horas, a apreciar esquinas, detallar miradas, sentir el extraño paso del tiempo al ritmo de cada paso. Iniciamos un viaje sin apenas planeación. Como de costumbre, solo nos tomamos unos días previos para definir algunos temas, preparar un morral con lo básico, tres o cuatro mudas, como decían antes; los medicamentos -que nos recuerdan que los años han pasado-; agrego en mi caso, una libreta sin rayas, unos lapiceros, lápices, un borrador -siempre con el anhelo de pintar-; el protector solar y algo de maquillaje -un poco de color en las mejillas no hace daño-; los libros los llevó en el kiddle, no mucho más.
Un viaje sin apenas planear. Nos aseguran que "el que no planea, planea su fracaso". Como no se trata de vencer, de llegar primero a una meta inexistente o vender un producto, nos lanzamos así, de esta manera tan irresponsable, sin planear, nos lanzamos a los caminos.
Nos gusta deambular, sentirnos un poco perdidos. Dejar que la corriente nos arrastre, que una sugerencia en un cruce de caminos marque la dirección de nuestros pasos, dejarnos sorprender le pone algo de emoción a la aventura. Quizás nos perdamos de uno que otro -o muchos destinos turísticos imperdibles-, siempre he creído que está bien dejar algo para una próxima vez...
Volver a los caminos me ha impulsado a volver a mis palabras, es algo nuevo, no ha sido fácil. Ya hace años que me he sentido otra, extraña, lejana de mí misma, perdiendo mi costa, mi faro. Escucho a la gente, a los amigos -pocos- los observo, los escucho y pienso, ¿les pasará lo mismo? ¿se sentirán confundidos? ¿solitarios? ¿pensativos? Ahora en esta etapa de mi vida vuelvo atrás, me miro en el espejo y me pregunto ¿porqué? ¿qué ha pasado? ¿qué te ha pasado? ¿porqué mi estado de ánimo no es el mismo?
Y de repente, estoy por los caminos de Vizcaya en un verano que está por terminar, ya he pasado por Madrid a 43 grados, por Toledo y por Segovia. Ya hemos pasado el Prado, por el Reina Sofía, por Bella Artes... por plazas y jardines. Ya veremos que me depara este viaje no pedido, no soñado, un regalo para respirar, pensar y, de ser posible, escribir.