Tardes sin Puerto


Henri Rousseau "Surprised!" The National Gallery. London


Algunas historias se niegan a pasar al olvido. Reaparecen de tiempo en tiempo en la memoria sin ningún llamado especial,  simplemente están allí esperando el momento para saltar de golpe como una fiera al acecho.  Quizás esas historias saben que merecen unas letras, una que otra frase, quieren vivir. Esta historia me da vueltas y vueltas desde hace más de una década, nunca antes escribí sobre esos día en la selva.  Por muchas razones me era difícil escribirla, creo que es el momento, de otra forma, se perderá inevitablemente en la espesa sombra en la que se convierten los recuerdos. 

Esta historia, a la que llamaré Tardes sin Puerto reapareció al viajar a Bogotá hace poco, por alguna razón que no es importante, bajé al depósito de cosas olvidadas -pero que me resisto a botar-, dentro de una caja encontré una vieja carpeta con documentos, notas, una agenda, el inicio de un diario.  Todo ese material me llevó a los días que viví en el Guainía, la selva colombiana, por unas semanas en el 99.  Recorrí cada documento, cada nota en mi agenda, cada palabra, recordé la imagen desde el avión de esa serpiente de agua que recorre lentamente la selva,  la sensación al bajar por las escalerillas, el golpe de calor húmedo que cubre como una pesada frazada al visitante.  Recuerdo al equipo de gobierno, -al secretario de asuntos indígenas, al de planeación-, esperando en el ruinoso aeropuerto a la nueva gobernadora (e) del departamento; las obras inconclusas al dirigirme a la sede de la gobernación en la camioneta de Carlitos, el conductor que me acompañaría los siguientes días;  el pueblo calentano, la vegetación de verde intenso; recuerdo los ojos de los locales asombrados, quizá por el nombramiento de una mujer de treinta años para esos territorios.  Todo ello me vino a la mente al recorrer esas páginas y documentos. Esta historia ha luchado por no perderse de mi memoria, fueron semanas intensas, quizá las más importantes y tristes de mi vida, un encuentro con el país real, el de la guerra, la corrupción, la pobreza pero también de la dedicación, la esperanza y la alegría de este pueblo generoso que no pierde la fe a pesar de las adversidades y malos gobiernos locales; y del olvido de las autoridades que desde Bogotá definen su destino.   

La noche estrellada Vincent van Gogh. Museo de Arte Moderno de Nueva York


Fue en el mes de octubre del 99 que tuve un sueño que me indicaría como un oráculo mi futuro cercano. La imagen como en una película  me ubicaba en un lugar campestre, fresco, suaves colores,  a lo lejos resonaba el eco de una fiesta, yo me encontraba  en un paraje despejado, un bosque ligero  en el fondo, una cerca de madera se veía a la distancia, una noche estrellada como solo había visto en La Macarena años antes, un tapete de estrellas cubría aquella noche solitaria. Yo caminaba absorta, embelesada por ese regalo de luz; de repente y con fuerza, el universo entero se movía, cada estrella, cada punto iluminado se desplazaba de un lado para otro sin sentido, giraban, se desplaban, no entendía qué sucedía.  Luego de unos segundo todo volvió a su lugar, todo regresó a la calma, la música había cesado, de nuevo regresó el cielo sereno, pausado, hermoso.

Durante los siguientes días conversé con algunos amigos sobre ese mensaje onírico,  el sueño me quería anunciar algo, ¿pero qué?  Mis amigos incrédulos y muy racionales aseguraban que era un recuerdo de ese cielo de la Macarena que tanto me había marcado. Yo sabía que no era así... No fue así.

El teléfono sonó casi a la media noche, octubre terminaba, del despacho del ministro  un asesor me preguntó a boca de jarro si deseaba ir como gobernadora encargada al Guainía, ese olvidado departamento del suroriente de Colombia. Quedé sorprendida. Llevaba algo casi dos años como subdirectora de ordenamiento territorial. La gestión diaria era intensa, escribir discursos, prepapar reportes, participar en eternas reuniones sin objetivos claros, recibir las visitas de políticos regionales, coordinar políticas, o intentar, con otras entidades.   Mi jefe,  como alma en pena rondaba el ministerio desde la madrugada hasta la media noche, intenso y comprometido con su función pero agobiante al mismo tiempo  creía que la subdirectora debía seguir el mismo horario, a lo que yo, por supuesto me resistía.  Recordé cómo por esa época apareció un personaje particular por las oficinas de la subdirección,  era abogado de maletín oscuro y abrigo claro gastado, cada semana se acercaba y dejaba para mí un derecho de petición que debía responder por obligación legal en pocos días, el personaje se autodenominaba presidente nacional de las veedurías ciudadanas. Me tenía empapelada cada semana con eternos cuestionarios donde me interrogaba sobre mis funciones, mis resultados, mis tareas, mi gestión... Cada semana llegaba con sus cuestionarios cada vez más largos, mis funcionarios lo recibían con risas, yo apenas lo saludaba... ¿Viajar? ¿Dejar esa estrecha oficina por ir a la selva?  Ante mi silencio, el funcionario repitió la pregunta ¿Le interesa ir como gobernadora encargada al Guainía? Destituyen al gobernador por corrupción y usted es la persona que queremos allí.  Sin pensarlo mucho, conteste: sí, viajaré.

Trees, one of a pair with F1962.31
17th century The Smithsonian´ Museums of Asian Art